La Constante

«La Constante» es una reflexión a la vez que una crónica de este uruguayo habitante de Sâo Paulo. Alfredo Fressia lee la nota roja de un diario y descubre la muerte de Maria Apparecida, quien muere dos veces. Esto da pues para pensar en un país como Brasil, en una ciudad como Río de Janeiro, donde se samba y se muere en carnaval.

 

 

Alfredo Fressia

LA CONSTANTE

Alfrefo FressiaLa noticia estaba en la página policial del diario carioca, y me dejó paralizado, sin reacción inmediata. Era una historia de muerte por «bala perdida», una banalidad en las balaceras cotidianas de Río de Janeiro. La víctima de ese día era una mujer, el diario no revelaba su edad, pero sí el nombre completo, del que transcribo el de pila: Maria Apparecida, así, con dos pe. Maria Apparecida -«Cidinha» para los íntimos- había muerto de tarde en Catumbí, el barrio donde vivía, muy próximo al peligroso morro de São Carlos. Catumbí queda sobre el Sambódromo, de modo que un lector avezado de noticias policiales podría empezar a imaginar algo de esa vida segada. La profesión de la víctima constaba como «niñera». Tal vez Apparecida fuese alegre en los carnavales, tal vez llevase a los niños a los desfiles de matinée.

Pero el esfuerzo de imaginación se mostró vano. Porque la noticia no radicaba en que Apparecida hubiera muerto por bala perdida, la fatalidad de esa paradójica «ganancia» final. La noticia estaba en que, ya de madrugada, durante el velorio en el cementerio de Cajú, en la zona portuaria de la capital, se produjo otra balacera, en un sitio diferente y por motivos diferentes de aquella que había provocado la muerte de Apparecida. Y que otra bala perdida había roto los vidrios de la capilla mortuoria, y había entrado en el cuerpo de Apparecida. Por segunda vez, en menos de 24 horas, su cuerpo era atravesado por la violencia. Por si el detalle tuviera alguna importancia, lo menciono: la segunda «bala perdida» era de fusil, tanto que el féretro modesto de Apparecida cayó violentamente al piso y la bala se alojó en la pelvis del cadáver.

RioCreo que por primera vez en mi vida de lector de faits divers, me quedé totalmente perplejo. Me vino a la cabeza un montón de nombres para la noticia. Se me ocurría, por ejemplo: «Tener certeza de que la hora llegó», «La mujer que murió dos veces», «Un destino excesivo». Pero todos los nombres a los que acudía para catalogar la situación tenían algo de escarnio, una risa contenida, seguramente nerviosa. «Los dioses tienen sed» era un título -es decir, un modo de leer la noticia- un poco más prestigioso, pero también había ironía en la mención culta (y en la práctica oculta de una tradición, o de Anatole France).

En Brasil soy un lector atento de noticias policiales. En Montevideo no, más bien en Montevideo leo con parsimonia la página obituaria, me gusta sentarme de mañana en un café de la calle San José y revisar esa página. Mi intención es verificar que no falleció ningún conocido, pero admito que ciertos nombres cuentan una biografía, o digamos que son, por sí mismos, el embrión de una ficción. Se trata de esos relatos casi inconfesables que uno se hace a sí mismo, y que probablemente constituyen la parte de ficción que nos permite seguir viviendo día a día. En el caso uruguayo los nombres vienen seguidos del «Q.E.P.D.», algo que nos ayuda sobre todo cuando reconocemos el nombre de alguien que habíamos frecuentado, aun de lejos o en el pasado. Y seguramente por eso las iniciales son del español «Que En Paz Descanse», y no usamos las tradicionales «R.I.P.», del decir latino «Requiescat In Pace», más lejano, menos íntimo.

RioLos faits divers han estado frecuentemente en la base de la mejor literatura. El malentendido de Albert Camus se basa en un hecho real, un crimen cometido «por error». También La amante inglesa de Marguerite Duras es una «relectura» -se diría hoy- de una tragedia policial. Pero es inútil dar ejemplos, porque el número de ficciones literarias desencadenadas por estos hechos es enorme. Lo que me incomodaba en el caso del relato periodístico de la tragedia de Maria Apparecida es que no lograba hacerlo entrar en ningún registro, porque todos eran posibles, hasta el mismo humor, algo que no lograba evitar pero que me parecía éticamente condenable.

Definitivamente renuncié a reaccionar con un relato frente a la doble muerte de Maria Apparecida. Y adelanto una hipótesis: el único poeta que hubiera podido hacerlo era Manuel Bandeira. De hecho, Bandeira (Recife, 1886-1968) tiene varios poemas en que relata el fait divers, y logra hacer de él una obra de arte. Uno de ellos se llama justamente «Poema sacado de una noticia de diario», y dice así: «João Gostoso era cargador de feria y vivía en el morro Babilonia en un rancho sin número./ Una noche llegó al café Veinte de Noviembre/ Bebió/ Cantó/ Bailó/ Después se tiró en la laguna Rodrigo de Freitas y murió ahogado«. El poema es del libro Libertinagem, de 1930.

Sin duda, el nombre João Gostoso, un apodo, es irónico («Juan Hermoso»). Es posible que João Gostoso no fuera muy apuesto pero tal vez imaginase serlo, de ahí el sobrenombre que le dieron. El nombre del morro -«Babilonia», un cerro entre los barrios de Urca y Leme- ha de tener su carga de significado, tal vez por la sensualidad, y quizá la suntuosidad de esa muerte. Por otro lado, João Gostoso se dio la muerte que quiso, fue sujeto de su propio fin, tanto si pensamos en suicidio como en la hipótesis de un accidente. Porque João conoció una noche de farra, de excesos (¿babilónicos?) y nadar en la laguna Rodrigo de Freitas es sabidamente peligroso, sobre todo para alguien alcoholizado. Y si fue un suicidio, João Gostoso protagonizó un episodio maníaco-depresivo, reconocible, en el sentido de ser bastante emblemático de la sociedad brasileña.

Rio

El maestro Manuel Bandeira se negó a dar una lectura unívoca, más bien permitió que se acumularan en su poema las varias capas del significado. Tal vez él -y sólo él- pudiera hacer con la tragedia de Maria Apparecida algo parecido. Yo, pobre de mí, continúo con ese relato duro, ese abuso del destino, ese escarnio, esa bala absurda destinada a matar a una muerta, esa risa al borde del Sambódromo y cierta elegía que no logro esconder por todas las Marias Apparecidas de esa ciudad entrañable que un día fue la Ciudad Maravillosa.

Publicado originalmente en el semanario Brecha de Montevideo.

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